Desde los tiempos fundacionales del país, las escorts argentinas se hicieron presentes. Es lógico, considerando que la nación se fundó alrededor de un puerto, al que llegaban migrantes de distinta calaña. Y también mujeres “de la vida” o de “mala vida” (como se les decía, con una mezcla de compasión y desprecio). Venían a satisfacer los apetitos carnales de esos migrantes fundacionales.
Digamos que solo entre 1870 y 1914 ingresaron a la Argentina unos
seis millones de extranjeros, casi todos europeos. Eran sobre todo
españoles e italianos, franceses, suizos, alemanes, rusos y polacos. De
estos seis millones, poco más de la mitad se radicaron definitivamente.
Esto creó nuevos estamentos sociales completos, en distintos puntos del país, pero, como siempre, la gran vidriera fue Buenos Aires. Era un gigantesco impacto para la política, la economía y la cultura del país.
Cómo no podía ser de otra manera, pegó fuerte en los usos y costumbres del comercio sexual. El principal de esos cambios fue el comienzo de la “trata de blancas”. O sea, la prostitución orquestada como una verdadera industria por grandes organizaciones. Ya no era el proxeneta barrial aislado que manejaba cuatro o cinco mujeres. Lo de “trata” estaba claro; tenía la misma implicancia de hoy. Lo de “blancas” era porque de Europa venía una gran cantidad de mujeres de origen o al menos apariencia eslava: muy pálidas, rubias y de ojos claros.
De simples prostitutas a refinadas escorts argentinas
Se llegó a tal nivel, que en 1930 fue denunciada, investigada y desbaratada una organización internacional llamada “Zwi Migdal”. Con la pantalla de una mutual, se dedicaba a la trata de personas. Sus miembros eran mayoritariamente judíos polacos, que traían al país a mujeres del este europeo, engañadas con promesas de prosperidad.
La organización delictiva tenía unos 400 miembros, con su sede principal en Buenos Aires y ramificaciones en otras ciudades argentinas y naciones vecinas. Hubo más de un centenar de condenas por asociación ilícita, corrupción, lesiones y juego ilegal.
Paralelamente a esa “industrialización” del comercio carnal, aparecían finos salones con mujeres no menos finas. Muchas estaban allí por propia decisión. No forzadas ni engañadas por nadie.
Porque la visión de la sociedad sobre la prostitución había cambiado dramáticamente en pocos años. “La prostituta, tipo necesario del vicio, no es más que el instrumento pasivo en el que van a amortiguarse las pasiones brutales de los hombres, atemperando así los instintos y produciendo en la sociedad la tranquilidad y el orden. Sin ella, la pureza de las costumbres no tardaría en desaparecer, convirtiéndose en la guardiana más eficaz de la virtud” (R. Helman Gauna -1900- “Apuntes sobre la prostitución y la sífilis”).
Tiempos (más) modernos
En ese entendimiento, la prostitución y el trabajo de las escorts argentinas también cambió. Y empezaron a aparecer otro tipo de establecimientos. Con otras mujeres, por supuesto.
Comenzaron a funcionar ciertos prostíbulos que le cambiaron la cara a “la profesión más antigua del mundo” en Buenos Aires, más precisamente en lo que hoy es el microcentro, o San Nicolas. “Ese barrio fue el precursor de las casas lujosas atendidas por extranjeras, cuyo aval era la complacencia en orgías sexuales, atributo del que solía carecer la mercadería autóctona. Las casas estaban puestas a todo lujo. En su interior podían hallarse los muebles más finos de la época, costosas alfombras, espesos cortinados de brocato, confortables sofás. En el salón, un infaltable piano y un ambiente veladamente iluminado, siempre perfumado por esencias orientales. Todo ello con el fin de crear el exotismo necesario para animar los apetitos sexuales” (René Briand —”Crónicas del tango alegre”— Buenos Aires, 1971)
Habían surgido las escorts VIP argentinas (aunque las primeras fueron “importadas”) El resto es historia, que iremos conociendo más adelante.